
Se pasa largas horas frente a la computadora,
extasiada, contemplando al galán de turno, la opulencia de los ricos y la
desdicha de los pobres. Descubre tan a gusto el destino del desafortunado en
los últimos capítulos, que no puedo más que contemplar su ingenuidad con
paciencia para no desmoronar su mundo alternativo: bastante irreal, por cierto.
Espera cada martes el famoso paquete o
cargue, como le llaman algunos, que camuflado en memorias, discos extraíbles y
cuanto formato tecnológico para piratear y transportar información surja,
aparece todas las semanas en su puerta. Es su nueva droga, que como mismo ella
dice no le acaba con el hígado, ni le debilita los pulmones, simplemente la
deja soñar y la transporta hacia otros lugares que desconoce. Un pasaporte
directo hacia la frivolidad.
Cada vez ganan más adeptos dentro de las
jóvenes generaciones e incluso en las ya no tan mozas las producciones
comunicativas foráneas. Series, novelas, shows, concursos de belleza o de
talentos se roban la atención de buena parte de la población, atraída por las
propuestas, ricas en efectos, drama y sentimentalismo burdo, aunque no barato, carentes
de valores y contenidos.
Por supuesto que se perfilan como más
atrayentes, pues ante la pobre resistencia que ofrece la televisión cubana, con un camino trillado ya en repeticiones,
propuestas desmotivadoras, estrenos de diez años atrás, no resulta difícil
elegir sobre con quien nos vamos. Amén de la existencia de espacios atractivos
y exponentes magníficos de nuestra cultura que debieran reproducirse con mayor
frecuencia, de forma educativa, pero amena.
Si a ello añadimos el descolorido culebrón
Playa Leonora, en pantalla, que peca de falta de creatividad y solidez del
argumento, un guion no muy seductor y cortes bruscos, es fácil darse cuenta de
lo fascinante que puede resultar una historia mejor construida. Recordemos que
en Cuba nació la novela, por favor no dejemos que perezca aquí.
Lamentablemente no todo lo que brilla es
bueno. Gran parte de estas ofertas, porque sería injusto absolutizar (pues
algunas descuellan por su originalidad y tratamiento de los temas), forman
parte de una maquinaria cultural que se esfuerza por expandirse y consolidar su
mercado consumista en otros pueblos, cuya idiosincrasia y costumbres nada
tienen que ver con los productos que intentan legitimar allí.
¿Qué aportan estas propuestas? De todo. Desde
la amistad fingida de la compañera que te roba el novio, hasta la incredulidad
de la protagonista que se da cuenta en el penúltimo capítulo, unida a otros
elementos presentes en la mayoría que sazonan la trama: violencia, sexo,
misterio, desamor, abundancia, ganchos que venden.
Contrario a lo que muchos creen, no asumo que
los cubanos no disfrutemos lo que se hace en casa, cuando se narra una buena
historia, con un buen guion, actores que te ericen la piel y te saquen de la
mediocridad cotidiana, el impacto es otro. ¿Qué decir de Conducta, esa grande
del cine, que nos dejó sin palabras o más bien con mucho que decir porque
todavía se habla del filme. Muestra de que lo valioso resplandece y perdura en
el imaginario popular.
Hoy quedan muchos retos para la programación
cubana, agotar la creatividad y escuchar propuestas frescas, atrevidas,
exponentes de nuestros más genuinos valores y ajustadas a las exigencias de un
público sediento son las inmediatas, en materia de revertir el marcador que ya
dio nocao a los locales.
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