Esta vez no de boca en boca, como
hace tiempo atrás pulularan, a merced de cuenteros y narradores orales, los
acontecimientos del otrora olvidado terruño, sino bullida por las intranquilas
voces femeninas, que desde una pequeña cabina, brotan, sorteando los obstáculos
cotidianos, para llevar a los cenagueros lo que murmulla el viento en cada
rinconcito de la Península.
Manos de mujer que moldean y
avivan el antiguo oficio de crear noticias, que asumen el enorme compromiso de ajustarse
con responsabilidad y veracidad a los requerimientos de un público ávido y cada
vez más crítico, culto y exigente.
Desde el mismo corazón de la Ciénaga, primer lugar en
América Latina donde el imperialismo yanqui mordiera el polvo de la derrota, se
alza la Emisora La Voz de la Victoria, humilde, pura,
diáfana, consecuente con su tiempo y su gente, signando una nueva etapa de
lucha, de cambios y anhelos.
Quizás no soñaron los más viejos
con tener una emisora joven y viva, reflejo de sus inquietudes y desvelos,
cuando en sus años mozos desandaban los caminos descalzos haciendo carbón para
ganar su sustento. Ya la historia es otra, donde crecía la ignorancia, despunta
el alba, se revelan los conocimientos.
Ya hay periodistas que no van de
paso a estampar en sus crónicas la exuberante Naturaleza o a enseñar que hubo
un Girón que nos hizo socialistas. Ahora viven, nacen y se forman allí, al
calor de la rutina diaria.
Arrastrados por la vorágine que
implican los retos, llegaron muchos de los que aquí laboran, supliendo con
esfuerzo y voluntad las carencias que
pudieran aparecer con un nuevo oficio, pero sobreponiéndose siempre a las
adversidades y puliéndolas en el camino.
Hoy la Ciénaga no es solo un
pueblo de pescadores o carboneros,
también lo es de médicos, maestros, deportistas y periodistas. Profesionales de la prensa que ganaron su
espacio en la preferencia de los cenagueros, esos que reclaman cuando no sale
al aire la señal, los mismos que no conciben al Humedal sin su voz: la de la Victoria.
Foto: Ramón Pacheco Salazar
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