Hoy
regreso sobre un tema del cual escribí hace casi un año, comentario que titulé Una
pelea cubana ¿contra las barbies? El mismo abordaba mi preocupación por
una tendencia creciente, que amenazaba con enraizarse entre los más pequeños de
casa: la veneración por las producciones foráneas.
En aquella ocasión
recibí la crítica de algunos lectores y el agradecimiento de muchos. Sin
embargo, la muestra más bella de creatividad y de que cuando se quiere es
posible hacer grandes cosas, me llegó a través de mi padre, de manos de Luis
Octavio, artesano matancero al cual admiro, no solo por ser un fiel defensor de
la cubanía, sino por contribuir con su obra a que las nuevas generaciones se
identifiquen con ella.
Era la foto de una
mochila de cuero, que había confeccionado a su hijo cuando inició la
escuela, hace casi más de una década, en la cual se leía: Mochila de Daniel, ¡Soy
cubano, compay! Los
restantes elementos consistían en la bandera cubana y las historietas de Elpidio
Valdés.
No sé si el niño, a
su edad, pudo comprender el gesto del padre. Pero si la maleta hubiera sido
mía, creo que hubiese sido la alumna más orgullosa y feliz de la clase.
Lamentablemente resultan muy pocas las iniciativas de ese tipo, y más las
tendencias a reproducir una moda importada, alejada de nuestras raíces,
valores, costumbres e idiosincrasia.
Así lo pude comprobar
cuando Gabriela, entusiasmada con su primer día de escuela, me mostró la caja
que llevaría al iniciar preescolar. Walt Disney y todo su séquito de princesas
sellaban el conjunto escolar de la pequeña, que además había costado una
fortuna a su madre.
Un poco irritada
indagué por otros animados que era “casi ley” conocer en mi infancia: Elpidio
Valdés, Cecilín y Coti, Guaso y Carburo, Chuncha… Pocas fueron las
palabras para ellos, en cambio supo explicar cada detalle de la princesa Sofía,
la Doctora Juguete, Jake y los Piratas… Así también dio una disertación sobre
los pingüinos y leones, mientras que escueta resultó la mención al tocororo o
el almiquí.
No dudo que los
planes de estudio y los maestros, con su extrema paciencia y metodología,
sabrán incorporar estos conocimientos a sus pupilos. No obstante, ¿cómo
reforzarán y fijarán lo aprendido en un contexto tan adverso, en el que desde
la ropa y accesorios hasta los animados que consumen, reflejan a una sociedad
diferente a la cubana y son elaborados por una industria cultural que pretende
consolidar otros valores?
Los espacios los
hemos cedido y perdido nosotros mismos. Desde los audiovisuales que realizamos
y trasmitimos, poco atractivos y carentes del dinamismo y efectos que exigen
estos tiempos y que en nada se contraponen a la defensa de nuestra identidad;
hasta una industria textil y de accesorios deprimida que no utiliza nuestros
símbolos a su favor y en ocasiones reproduce los ya trillados clásicos
extranjeros.
A ello se suma la
voraz competencia del mercado no estatal, que oferta como plato fuerte su
colección de barbies estilizadas en carpetas escolares, libretas, sufrideras…
¿Y si en la escuela no se aceptaran este tipo de conjunto? A nadie le queda
duda que entonces Chuncha regresaría también a estos
espacios.
Y aclaro, no estoy
hablando de prohibir. Si no de dejar atrás la ingenuidad y de hacer valer de
una vez lo autóctono, a precios accesibles. No que solo salgan esas propuestas
cuando son pagadas en dólares por quienes, allende los mares, pretenden exhibir
un pedazo de Cuba.
Está
en juego el amor, la pasión por lo propio, lo nacional, que tan bien saben
incentivar industrias como la norteamericana. Está en juego la identidad de las
nuevas generaciones que, a fin de cuentas, serán quienes levanten nuestras
banderas, pero para ello habrán de conocer la historia, de dónde vienen y hacia
dónde van.
Yo esperanzada espero
volver a escuchar aquella frase con la que solíamos despedirnos de pequeños,
imitando a ese clásico de la cinematografía cubana: ¡Hasta la vista, compay!
No hay comentarios:
Publicar un comentario