Cuando Alián corre, choca las manos, ríe y
juega, a Ketty Hernández Godoy, su madre, se le ilumina la sonrisa y el alma.
Sus ojos llenos de lágrimas delatan la emoción que no pasa desapercibida.
Ella lo mira fascinada, como si no creyera en
lo que ve, después de todo no ha sido en vano el esfuerzo realizado durante
cuatro años para que su pequeño experimentase la sensación de mover los dos
brazos.