La mole de hierro se acerca. El pitazo anuncia la llegada.
En el andén aguardan los pasajeros. Solo dos lo abordan en la Estación de
Ferrocarriles Matanzas, aunque arriba casi dos decenas de personas ya
permanecen sentadas.
El olor a metal invade la nave, dentro el ruido se torna
fuerte. La rotura de varios asientos, el suelo raído, algunos cables colgando
entre los coches y la triste imagen de un intento de baño en penumbras, con una
fetidez extrema, conforman el desolador panorama del tren Matanzas-Los Arabos.