Desde que el presidente de los Consejos de Estado y de
Ministros Miguel Díaz-Canel Bermúdez, anunciara el pasado mes de abril que el
país atravesaría por una situación difícil, donde “la crudeza del momento nos
exige establecer prioridades bien claras y definidas para no regresar a los
momentos del período especial”, las alarmas en la población se dispararon y
comenzaron las especulaciones.
Los menos optimistas auguraron un período especial tan
“crudo” como el de los años 90 y los más previsores, se dieron a la tarea de
“asegurar” las condiciones para que al nivel más básico de la economía, el
hogar, no fuera afectado por las escaseces previstas.
Inició entonces un ciclo vicioso, difícil de frenar,
de compras-acaparamiento-venta-reventa-desabastecimiento y surtido. Y si bien
el plan de ventas minoristas de Cimex indica que se superan las cantidades
vendidas en igual periodo del año anterior, para la población resulta difícil
creerlo, porque las colas en los establecimientos dicen lo contrario.
Por suerte, las medidas adoptadas hace algunas semanas
por el Ministerio de Comercio Interior, han venido a normar y regular algunos
productos esenciales para la población cubana y evitar de esta manera el
acaparamiento y la especulación. La propia cadena Cimex también ha dictado
medidas internas que contribuyan a la organización. Sana decisión que ya deja
ver sus resultados.
Sin embargo, existe otro tema que a la población
preocupa tanto como garantizar la alimentación y es el transporte. Quien tiene
que trasladarse a diario hasta cualquier punto de la geografía matancera, ya sea
en la propia Ciudad de los Puentes, o hacia algunos de los municipios de la
provincia me apoyará si digo que se ha convertido en una odisea, y no exagero.
Los síntomas están ahí: paradas repletas en cualquier
horario del día, tardanzas en las llegadas a los centros de estudio y trabajo, altos
precios en la transportación no estatal que nadie regula y un mutismo total al
respecto.
Y cuando hablo de mutismo no me refiero al
hipercriticismo de sacar combustible de donde no hay. Conocido es que ha
existido una reducción de este recurso en las entidades estatales, que por
supuesto, ha afectado también a la transportación pública, aunque la Empresa
Provincial de Transporte extreme sus medidas para asegurar el traslado de
pasajeros en horarios claves como las mañanas y las tardes.
No obstante, lo que más me abruma y preocupa es la
indolencia ante este fenómeno por parte de muchas personas que, conociendo la
situación, miran para otro lado y “resuelven” sin importarles los demás.
Estas conductas ocurren desde siempre, solo que en
caso de restricciones se echan a ver más: choferes de carros estatales, e,
incluso, ómnibus que pasan vacíos y no recogen, guaguas que bajan a los
pasajeros antes de llegar a las paradas y no abren las puertas donde debieran
hacerlo, o que realizan una parada momentánea sin recoger a nadie para que,
según los entendidos en el tema, el GPS o control de flota, le marque la
parada.
También están los que no caminan cuando montan y se
quedan anclados en los pasillos obstaculizando el paso, los que abordan por
detrás y no pagan, los choferes que ante la indisciplina de un pasajero desatan
la cólera y que se fastidien los demás.
De todo hay en la viña del Señor, incluso, los que
aprovechando la coyuntura suben los precios, basados en la ya archiconocida Ley
de Oferta y Demanda, que lamentablemente ya sabemos hacia donde siempre inclina
su balanza. La oferta la mayoría de las veces se lleva por delante a la
demanda, y… ¡a pagar, a pagar!, que no hay otro remedio.
Las dificultades económicas siempre exacerban los
males sociales y surge una especie de lucha por la supervivencia que aparta
valores esenciales como la solidaridad, el civismo, la cortesía y el respeto. Muchas
veces se nos olvida que hemos estado del otro lado de la cuerda, y aceleramos
sin ni siquiera mirar hacia atrás.
Nuestra propia idiosincrasia nos ha salvado en más de
una ocasión de padecer las consecuencias de las vicisitudes económicas. Los
valores que históricamente hemos defendido se convierten en coraza cuando se
nos avecinan tiempos difíciles. A veces lo peor no son las escaseces sino las
actitudes que las exacerban.
Ahora todo no puede quedar a la espontaneidad. Las
instituciones tienen la responsabilidad de organizar y velar porque conductas
como estas no proliferen, y requerir de forma inmediata a quienes incurran en
ellas. La “cosa”, como dicen por ahí, quizás se torne difícil económicamente
pero no permitamos que humanamente también se ponga peor.
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