“¿How many? ¿Cuánto, mulata?”, preguntó a la joven en
español mal hablado, un señor situado en la esquina de la Plaza de
La Vigía, que al parecer aguardaba por “algo”. Como una bofetada
cayeron aquellas palabras sobre su cara, sin embargo, miró a su alrededor con
la esperanza de que la imaginación la traicionara, y detrás de ella viniera
alguna vendedora ambulante.
Ante el desconcierto repitió su oferta. La muchacha quiso
gritarle y dejarle claro que ella no tenía precio, mas la humillación
pronunciada con tanta desfachatez, la dejó indefensa. Mientras, el rostro
transformado por el asco y la mirada de rabia, le esbozaban una rotunda
negativa al extranjero que pareció no entender la reacción.
Pudo haberle dado clases de moral. Disponía de pocos
pesos en su cartera, pero semejante ofrecimiento nunca resultaría una opción,
pues le enseñaron a ganarse la vida de forma honrada. En cambio, se alejó en
silencio, contrariada, cargando sobre su cuerpo un peso de siglos, que aun con
años de emancipación de la mujer y de intentos de borrar la imagen de la mulata
como símbolo de placer sexual, todavía cae sobre quienes lucen ese color.
En Cuba, limitaciones económicas y estereotipos sociales
y culturales han condicionado que se asocie esta estampa a un ícono de
satisfacción de deseos, de mercancía, consolidado durante la República
Neocolonial con el auge de la prostitución.
Si bien con el triunfo de la Revolución se adoptaron
políticas que facilitaron el empoderamiento de la mujer, y la pusieron en
escala de derechos a la par del hombre; la batalla en el plano psicosocial ha
sido la más dura y la que todavía no logran equiparar las féminas. Aun cuando
desde las instituciones no exista distinción por el color de la piel, hay que
tener en cuenta ciertas estrategias de publicidad que utilizan la imagen de la
mulata como símbolo comercial.
La reciente investigación Barbie,
Afrodita y la publicidad comercial en Cuba, sobre el
tratamiento dado a la mujer en las Páginas Amarillas de la Empresa de
Telecomunicación de Cuba S.A es muy precisa en este sentido.
El estudio arroja que los anuncios publicados por los
trabajadores no estatales para promocionar sus negocios muestran al público
nacional en fotos de quince, bodas y otras opciones la imagen de chicas blancas
y estilizadas. Sin embargo, ¿qué sucede en las páginas de la versión que vende
la imagen de Cuba hacia el exterior? Pues lo contrario, allí quienes tienen la
misión de comercializar la imagen Cuba, son las exuberantes mulatas, con
cuerpos monumentales y rostros angelicales, que tampoco representan a la
mayoría de sus exponentes.
Así pueden aparecer reforzando la idea de erotismo
salvaje en la publicidad de cervezas, rones, turismo o cualquier otro producto
que intente llamar la atención sobre la Isla, con fines comerciales y marcada
por ideologías racistas y sexistas; echando por tierra lo que la educación y
las oportunidades de igualdad han logrado construir y reduciéndolas a lo que
otrora fueran. Bajo el estereotipo de sexualidad desenfrenada, muchos turistas
viajan a Cuba buscando el divulgado exotismo.
Hoy cuando la sociedad cubana aboga por una liberación de
la mujer de las ataduras a las que por siglos ha estado sometida, vale repensar
y crear estrategias que en lugar de denigrar y estigmatizar su imagen, exalten
sus valores, alejados de un retrato costumbrista que intentan legitimar a costa
de profanar la dignidad de muchas mujeres.
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