Cuando Alián corre, choca las manos, ríe y
juega, a Ketty Hernández Godoy, su madre, se le ilumina la sonrisa y el alma.
Sus ojos llenos de lágrimas delatan la emoción que no pasa desapercibida.
Ella lo mira fascinada, como si no creyera en
lo que ve, después de todo no ha sido en vano el esfuerzo realizado durante
cuatro años para que su pequeño experimentase la sensación de mover los dos
brazos.
Desde que los médicos le dieron una
esperanza, ella fue constante y a partir de los 28 días de nacido comenzó a
llevarlo a la rehabilitación. “En el parto tuvo una parálisis braquial
obstétrica, se le afectó el nervio del brazo dejándolo sin movilidad, ni
sensibilidad. Estuvimos dos años y medio asistiendo cada día a la Clínica de
Neurodesarrollo Rosa Luxemburgo, y ahora venimos los jueves a recibir la
terapia grupal y ocupacional”.
Aunque trasladarse desde La Carlota, en
Jovellanos, hasta Cárdenas diariamente, suponía una tarea titánica, asumió el
reto y se entregó en cuerpo y alma… “Levanta pequeños pesos con la mano derecha
y hace casi todo con ella, gracias a la dedicación del equipo que tiene una paciencia
y un amor infinitos”.
PARA
CONSERVAR LA EDAD DE ORO
Lejos de la vorágine que envuelve a la Ciudad
de las Primicias, allá donde el silencio solo es opacado por las voces
infantiles o el pausado andar de Montuno, la naturaleza se integra con el ser
humano en una homogénea mezcla donde cada quien se convierte por momentos en
“salvador” o “salvado”.
El parque La Edad de Oro, perteneciente a la
Empresa para la protección de la Flora y la Fauna, es una de las tantas
instituciones que acoge al proyecto Por un mundo más verde, iniciativa
encaminada a la conservación de los animales y las plantas, que entre sus
aristas de trabajo propone charlas interactivas, festivales de educación
ambiental, espacios en la radio y terapias asistidas con animales.
“Nos basamos en el principio de que los niños
rehabilitados de esta forma serán celosos protectores de la naturaleza y para
identificarlos con la fauna cubana laboramos con ejemplares endémicos como el
cocodrilo, el majá de Santamaría, las cotorras, el catey y la jicotea”, explica
Elién Domínguez Tan, especialista del proyecto.
Así especies decomisadas o donadas por
personas que las tenían en sus casas sin condiciones para criarlas, se integran
a las terapias. “Generalmente sus dueños no los cuidan bien y se deterioran. Al
no poder reintroducirlos al medio natural, los utilizamos con un fin educativo”,
añade Domínguez Tan.
Entre los servicios ofrecidos en el Área
Provincial de Terapia Asistida con Animales se encuentra la equinoterapia,
zooterapia, rehabilitación física, psicomotricidad, rehabilitación del lenguaje
y terapia ocupacional. Al mismo tiempo se brinda atención a trastornos del
Neurodesarrollo como la afectación motora encefálica, los trastornos de
socialización (timidez, trastorno de atención e hiperactividad), atrasos del
lenguaje y síndromes Down y Hunter.
“La terapia con animales influye en el
sistema límbico. Al nivel del sistema nervioso central se libera endorfina,
hormona que provoca una sensación de placer y relajación, y el infante al estar
con él en un ambiente natural, asimila mejor la rehabilitación”.
Reconoce Amarilys González Remyont,
logofoniatra, que los pequeños están cómodos, incluso cuando se encuentran con
los fieros como el cocodrilo. Las charlas interactivas les permiten socializar,
“a veces son los padres los que temen”.
LA
HORA DE LA TERAPIA
Florecita es la payasita que los recibe en la
terapia grupal. Aquí asisten niños con problemas en la motricidad,
socialización y en el lenguaje. Aun con la cara pintada y agitada por la
actividad, la psicóloga Rocío Fernández Ruiz confiesa que la empatía con la que
los infantes se relacionan y hacen los ejercicios hoy, ha sido gracias a las
intensas horas de juegos, bailes, cuentos y la integración en la dinámica de la
familia.
Entre risas acogen primero a un curiel, el
cual pasa de mano en mano, mientras reconocen cada parte del cuerpo; luego le
toca el turno al gallo, la chiva y por último, la vuelta en Montuno, el vistoso
quarter horse.
Casi todos se identifican con él. Los de
zooterapia hacen una vuelta corta para garantizar el estímulo; los de equinoterapia,
aquellos con trastornos motores, trabajan alrededor de 10 minutos, pues se
busca el patrón de marcha tridimensional, similar al del ser humano, que
ejercita los mismos músculos que al caminar. Proporciona además equilibrio, y
transmite impulsos rítmicos y calor corporal al niño”, añade Domínguez Tan.
Andrew y Alejandra son los últimos de la
fila. Desde una esquina su madre Anisley Laza los contempla. Ellos son de La
Habana, pero han apostado por acudir aquí. Cuenta la capitalina que Andrew casi
no hablaba cuando llegó, “sin embargo ahora se le entiende casi todo”, alega
satisfecha.
Y esa es la mejor recompensa. Si José Martí
hubiera descrito en la Edad de Oro un parque, seguro sería como este, que no
por coincidencia lleva el nombre del fabuloso libro regalado a los niños del
mundo. Allí se hace realidad aquella frase martiana: “solo el amor engendra la
maravilla”, pues ni la profesionalidad, ni la ciencia por sí solas hubieran
bastado para hacer andar, reír, hablar o devolver la esperanza.
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