Quizás cuando Tomás Gutiérrez Alea dirigió La muerte de un
burócrata, una de las más agudas
sátiras sobre el fenómeno de la burocracia en Cuba, no imaginaba que el filme
con el cual marcó su mayoría de edad como director cinematográfico,
trascendería medio siglo después por la actualidad de su argumento.
Titón describe magistralmente en 1966 las vicisitudes de Juanchín
para desenterrar a su tío y una serie de absurdos desencadenados tras la
rigidez de una férrea burocracia.
Si bien atrás han quedado algunos de los rezagos narrados por
Titón, todavía existen huellas imborrables. Como en La muerte de un burócrata los trámites sabemos
cómo y cuándo inician, pero casi nunca cuándo o como terminan. Con mucha
tranquilidad te entregan un número y pasas a convertirte en el 403/2018. Luego
te señalan un día para recogerlo, el cual no garantiza seguridad, sino que es
el establecido en las resoluciones del organismo en cuestión.
En ocasiones, pues no podemos ser absolutos, ni poner
en tela de juicio a aquellos que trabajan bien y en orden, se cumplen los
términos, pero la mayoría de las veces, la propia experiencia demuestra lo
contrario. Así, si por necesidad, la fecha de vencimiento de otro trámite
depende de la gestión del anterior, puede comenzar una carrera con obstáculos
difíciles de sortear.
El segundo paso cuando uno se encuentra en un callejón
con pocas salidas casi siempre es acudir a la queja, la misma puede generar una
respuesta satisfactoria o no, depende de la seriedad con que sea atendido el
caso.
Para nadie es un secreto que en la actualidad,
cuestiones objetivas como la falta de personal en oficinas de trámites de la
más diversa índole, debido a los bajos salarios y a las precarias condiciones
de trabajo golpean a la provincia y genera incomodidad en quienes acuden a
estos sitios. A ellos se suman otros de carácter subjetivo como el irrespeto a
lo establecido, el maltrato y la indolencia que dejan un efecto negativo en los
afectados.
De ahí que “resolver” de cualquier forma se vuelva
cada vez más cotidiano. Y es, desgraciadamente, a través del popular
“amiguismo” entronizado con fuerza en nuestra sociedad o del “regalito”
cómplice que se suelen abrir las puertas para cualquier encargo. Mientras, en
la fila permanecen quienes a pesar de haber llegado más temprano no poseen
tales influencias.
Me consta que ante las largas colas e incomodidades en
estas instituciones, la máxima dirección del país mantiene la voluntad política
de desarrollar estrategias para minimizar las molestias y agilizar las
gestiones, para ello hace ya un tiempo se simplificaron algunos trámites. También se crean nuevos sitios con el propósito de solicitar documentos digitales y mediante esta vía ahorrar tiempo y recursos.
El nuevo Proyecto de Constitución, cuya consulta
culminó recientemente, también es muy claro respecto a ello. En su artículo 64
plantea que: “Las personas tienen derecho a dirigir quejas y peticiones a las
autoridades, las que están obligadas a tramitarlos en plazo adecuado, dando las
respuestas oportunas y pertinentes de conformidad con la ley”.
Claro que sería un poco más explícito y protector de
nuestros derechos este artículo, a mi entender, si estableciera la fecha límite
para el plazo adecuado. Aunque confío en que la posterior legislación que
complementa a la carta magna será bien concisa al respecto.
La burocracia es un mal que cala negativamente y
remueve las bases de la institucionalidad colándose silencioso pero bajo la
vista y el consentimiento de muchos. De ahí que darle los “palos”, como decimos
en buen cubano, donde la encontremos debe ser acción de todos y de todos los
días. Algunos me tildarán de ingenua, y pueden que consideren esta
recomendación, pero la complicidad también daña sobre todo a quienes hacemos
bien lo que nos toca y pretendemos sean recíprocos con nosotros.
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