Como en tantos momentos trascendentales de la historia
de la nación cubana, otra vez, el 24 de febrero, fecha que inmortalizó el
reinicio de las luchas por la independencia de Cuba, servirá de punto de
encuentro para que más de 8 000 000 de cubanos voten en el referendo
constitucional la nueva carta magna.
Mucho se ha departido, dentro y fuera de la Isla, sobre
el contenido de la Constitución de la República de Cuba. Primero, en el
escenario establecido para ello: el debate del Proyecto de Constitución, en el
que cada ciudadano tuvo la oportunidad de emitir sus criterios sin
restricciones de ningún tipo.
Antes, durante y después, a través de cientos de
canales oficiales e informales, me refiero a los medios de comunicación masiva,
las reuniones de pasillo e incluso, las redes sociales, espacio en el que con
gran furor se ha librado una batalla entre seguidores y detractores de la ley
de leyes.
Por una parte aparecen los que instigan a no votar o
votar no, en su mayoría residentes en el exterior que no simpatizan con el
proyecto revolucionario iniciado en 1959, quienes están convencidos que de
fracasar el referendo propinarán un duro golpe al gobierno cubano actual. Y
apoyados en esta teoría arremeten desenfrenadamente contra todo lo que pudiera
constituir una debilidad para el Estado. De ahí que situaciones como el tornado
del pasado 27 de enero que afectó a La Habana, haya sido politizada y bastado
para exacerbar carencias y ridiculizar la capacidad de respuesta del gobierno y
el pueblo. Nada más incierto e injusto.
El video
trucado de un supuesto incidente entre pobladores de la capital y el presidente
Miguel Díaz-Canel, constituye una de las más burdas manipulaciones esgrimidas.
De otro lado, un pueblo que consciente de que formó
parte de un proceso transparente y democrático, el cual enriqueció desde su
sabiduría popular, se ha hecho eco de las etiquetas #YoVotoSí y
#NosotrosVotamosSí para respaldar, desde ya, la Carta Magna.
Pero, amén de
la polémica originada en Twitter y Facebook, plataformas en las que más de un presidente ha
construido o perdido su influencia sobre las masas, ¿estamos claros de que
significaría no aprobar el texto constitucional? Contrario a lo que muchos
piensan de prevalecer el no quedaría vigente la constitución aprobada en 1976,
obsoleta ya, pues no refleja los nuevos cambios ocurridos en los últimos años,
y tampoco los intereses y necesidades de millones de cubanos expresadas durante
el debate constitucional.
Cuestiones aclamadas por la población y perfeccionadas
gracias a su participación como la ciudadanía efectiva, las garantías de las
personas detenidas, la edad del presidente y los periodos de mandato o la
creación de un tribunal constitucional se convertirían en pura quimera. De
igual forma y sabiamente se ha puesto en manos de las personas el derecho a
decidir y aspectos como el matrimonio tan cuestionados serán aprobados en
plebiscito.
Ahora toca apelar a nuestra madurez política, certera
guía que nos ha recordado que estudiar la historia y no olvidarla siempre ha
sido nuestra mejor carta. En Cuba para nadie es secreto que las escaseces y las
malas prácticas acumuladas pululan, pero por más de 60 años hemos demostrado
que esa no es la esencia de nuestro modelo, ni de la constitución propuesta. Tenemos
la oportunidad de construir una ley parecida a la realidad que hoy vivimos. Por
eso este 24 de febrero #YoVotoSí.
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