miércoles, 17 de abril de 2019

Elpidio Valdés contra dólar y cañón


Alguien lo sugirió en Facebook entre los tantos comentarios hechos a una publicación que exaltaba la presencia de símbolos foráneos en prendas de vestir y otros artículos destinados a los niños. ¿Por qué no celebramos un Día Nacional de Elpidio Valdés? Si a fin de cuentas importamos otras tradiciones que nada tienen que ver con nuestros símbolos y costumbres como los Reyes Magos o Halloween, ¿por qué no desempolvar al gustado animado, al menos una vez al año?

Confieso que la idea tuvo pegada, al menos virtualmente, sobre todo en buena parte de una generación, en la que me incluyó, que creció venerando al manigüero mambí que se colaba, cada tarde, a través de las pantallas en el imaginario de los más pequeños de casa.
En ese tiempo deleitarse con un episodio del coronel del Ejército Libertador, creado por Juan Padrón, era más divertido que asistir a una clase de Historia, y prendía la chispa mambisa en los infantiles corazones, dejándonos caer a cuentagotas lecciones de rebeldía, cubanía, cultura y tradiciones iniciadas con nuestras guerras de independencia, que ayudaron a forjar el carácter del cubano y a conformar la identidad nacional.
¡Hasta la vista compay! ¡Arriba caballero! O ¡Eso habría que verlo, compay! son frases que los nacidos en los 80 o 90 aprendimos e incorporamos a nuestro lenguaje asumiéndolas como códigos propios de comunicación, y dándoles todo el peso que conllevaban desde su mismo origen insurrecto y rebelde. 
La propuesta aunque tentadora, no pasó de ser eso, otra iniciativa que cuelga en el aire, en espera de que alguna institución la asuma como propia y la generalice, o al menos lo intente, y cree la infraestructura para ello, cuestión más difícil en tiempos en que la economía vive momentos convulsos.
Pero a veces la economía no es, necesariamente, un factor que mella la creatividad. Recuerdo el día que en el intento de adquirir algún juguete original para mi bebé llegué hasta una de las casas de la Calle Medio especializadas en la venta de estos artículos y en ¡sorpresa!, hallé en uno de los estantes a Elpidio Valdés cabalgando en Palmiche, de plástico y sin un acabado perfecto, pero allí estaba.
No dudé y di los 25 pesos, moneda nacional, que por él pedían. Sus rasgos eran casi irreconocibles, y quizás Pedrito no lo trataría como un juguete más entre tantos, pero ya me encargaría yo de explicarle cuando entendiera lo que simbolizaba aquel muñequito.
 En días de wifi, Internet, videojuegos, tablets y celulares; en tiempos en que resulta más fácil encontrar ropas y otros accesorios en un mercado de productos mayoritariamente importado, en el que las producciones nacionales ocupan un ínfimo espacio en las tiendas, es muy difícil hallar alternativas a precios módicos que contengan al animado u otros exponentes autóctonos.
Y no me refiero a las mochilas o shores con la imagen de Elpidio Valdés o los pulóveres con la detective Fernanda que venden algunas tiendas de la cadena Caracol, a precios lucrativos. Hablo de una oferta más intencionada, pensada, con buena factura, y por supuesto costeable, que enamore desde niños hasta los más adultos.
Temo que con la premura de la cotidianidad, y la influencia cada vez más fuerte de la industria cultural foránea que nos bombardea con sus efectos especiales, animados en 3D, y princesas glamurosas olvidemos, cambiemos o, más lastimoso aún, desconozcamos nuestros orígenes, y terminémonos sumidos en la ignorancia y apropiándonos de patrones alejados de nuestra sociedad y los valores que defendemos.
No tengo nada personal contra lo extranjero, pues conocer lo de afuera forma parte del acervo cultural propio y nos ayuda a comparar y establecer puntos de referencias. Más, me duele que se venere lo ajeno y se le reste importancia a lo de esta tierra. Somos un país rico en símbolos, y no hablo de los típicos clichés o estereotipos, somos lo suficientemente fuertes culturalmente para librar una pelea contra dólar y cañón.  
  

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