viernes, 16 de mayo de 2014

¿Quién programa mi obsolescencia?



Me contaba hace algunos días un amigo que a su casa había entrado una suerte de tormenta y sometió a  uno de sus equipos más preciados y costosos.
Quien sucumbió a la mala racha fue la computadora, que sin previo aviso lo obligó a regresar a la “era del papel y el lápiz”, como se burla él, sin el más mínimo respeto de quiénes aun acudimos al grafito como forma de expresión. Había dejado de funcionar como por arte de magia.

De más está decir que durante unos meses mi camarada perdió el sueño. Aquel aparato que creía a prueba de balas, pues provenía del extranjero, había llegado al límite, ¡zaz!, caducó sin explicación ninguna. Decía mi colega que el dios analógico se reía de él por venerar la era digital, mientras recorría cada clínica de ordenadores en busca de una cura para su dolencia. Por fin, encontró a alguien que diagnosticó su caso: el disco duro y la fuente habían colapsado.
“Todo tiene su tiempo, mi hermano”, le dijo el informático. “Usted no ha oído hablar de la obsolescencia programada, ese es el consumismo, hoy te compras una cosa y mañana salió una mejor, yo puedo conseguirte las piezas pero cuestan más caras, porque casi no se fabrican ya”.
Por supuesto que mi conocido escuchó alguna vez hablar de la obsolescencia, pero al no ser un término tan manejado, lo creía tan insignificante para su vida, que nunca pensó tener que lidiar con él, mucho menos que su repentina aparición le saliera tan costosa.
Hoy no resulta difícil encontrar en los hogares cubanos equipos frágiles, que nos hacen sentir nostalgia por aquellos que con décadas de creados todavía sacan de apuro a más de uno. ¿Cómo olvidar los ventiladores Órbita o las lavadoras Aurika, no muy estéticas como las nuevas que se fabrican ahora, pero fuertes y perdurables?
Lo cierto es que aunque complicado el término, muchos lo definen como la caducidad concebida del artículo desde su diseño por el fabricante para que no dure más allá del tiempo deseado. Así algunos mercados planifican su duración mediante la utilización de materiales menos consistentes, o incluso, limitando el uso hasta un determinado número de veces.
Aunque el fenómeno tuvo su origen a principio del siglo XX cuando la incorporación de avances tecnológicos a los procesos de producción aumentó considerablemente la productividad, en la actualidad se acentúa aún más con la dinámica compra, tira, compra.
Son modelos impuestos por las sociedades del consumo que si bien a defensa de muchos capitalistas constituyen la base del desarrollo al impulsar la evolución de la tecnología, lo cierto es que resulta un mecanismo de lucro muy rentable para las grandes empresas, cuyo resultado final provoca el agotamiento de los recursos y la generación de residuos electrónicos, además de grandes estragos en los bolsillos de quienes no estamos en condiciones de variar con frecuencia. 
Finalmente, luego de una incansable búsqueda, meses de espera y una pequeña fortuna de por medio, llegaron los anhelados fragmentos que aliviarían dos o tres años más las penas de mi amigo, hasta el nuevo boom de otro producto o hasta que alguien desde la acomodada silla de algún emporio decidiera que su computadora necesitaba ser renovada. 

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