miércoles, 24 de diciembre de 2014

¡¿El fin del bloqueo?!



“…debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias.”

Raúl Castro


La noticia paralizó a toda Cuba. Quizás haya sido el día, me atrevo a asegurar, que más se debatiera en la Isla sobre una decisión de carácter político.


El restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre esta nación y Estados Unidos, acaparó la atención de la generalidad de los cubanos, solo desplazada por la alegría contagiosa que supuso el fuerte impacto de que Gerardo, Antonio y Ramón se encontraran en el suelo patrio. También de buena parte de la opinión internacional que convirtió el acontecimiento en titular de las publicaciones más influyentes del mundo.

Aún con las “profundas diferencias, fundamentalmente en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos y política exterior”, como señalara el presidente Raúl Castro Ruz en las declaraciones emitidas el pasado 17 de diciembre – por primera vez luego de rotos los nexos diplomáticos bilaterales en 1961 – ambos gobiernos llegaban a un acuerdo, abriendo las puertas para el posible diálogo sobre otros temas.

Barack Obama reconoció de forma pública la fallida estrategia de aislar a Cuba y propuso el cambio de política hacia el estado caribeño, posición que da al traste con el enfoque obsoleto que hasta entonces desarrollaron las administraciones norteamericanas. Sabia, valiente y oportuna elección.

Quedó manifiesta además, la disposición expresada por el mandatario de introducir en el Congreso debates serios sobre la posibilidad de levantar el bloqueo económico, comercial y financiero que desde hace 55 años ocasiona innumerables pérdidas a la economía nacional y mella nuestro desarrollo social.

Desde hace algunos meses se avizoraba el cambio. No en balde el prestigioso diario estadounidense The New York Times inició desde el pasado octubre una campaña abierta a favor de transformaciones de política hacia la Isla. A ello se suma el creciente respaldo de los residentes de origen cubano en ese país suscitado en los últimos años, quienes reclaman un acercamiento entre Washington y La Habana.

Según encuestas realizadas por la Universidad Internacional de la Florida durante la década del 90, el 84 por ciento (%) de los emigrados apoyaba el bloqueo, cifras que se redujeron a partir de 2000 cuando el promedio de respaldo disminuyó al 56%.

Las tendencias se dividen en dos. Por un lado aparecen los exiliados que dejaron el archipiélago en los primeros años de la Revolución y que en su mayoría apoyan el mantenimiento de las genocidas medidas. Por otra parte se encuentran los jóvenes nacidos en Estados Unidos o los que llegaron en las últimas décadas, quienes se pronuncian a favor de la apertura comercial y la normalización de las relaciones entre las naciones.

Sin dudas el levantamiento del bloqueo constituiría, como lo calificara el ministro angoleño de Relaciones Exteriores Georges Chikoty, el paso que permitirá un espacio en el diálogo, no solo con Cuba, sino con otros países que apoyaron a la Isla en esta cuestión.

Muchos serían los beneficios que aportaría al desarrollo nacional. El acceso a tecnología de punta tanto en empresas estadounidenses como en otros países, la posibilidad de comprar alimentos y medicinas en mercados cercanos e introducir productos cubanos en ellos y el fomento de la inversión extranjera, serían algunas de las garantías restablecidas a nuestro pueblo.

Otras interrogantes afloran con las recientes noticias. ¿Se despojará el gobierno norteamericano del trasfondo que hasta ahora ha acompañado sus intenciones respecto a Cuba? ¿Regresará la política del “buen vecino”?

Ya lo aclaraba Raúl Castro cuando explicaba: “…solo es posible avanzar a partir del respeto mutuo, que implica la observancia de los principios del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones Unidas, entre ellos, la igualdad soberana de los Estados, la igualdad de derechos y la libre determinación de los pueblos, el arreglo de las controversias internacionales por medios pacíficos, abstenerse de recurrir a la amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la independencia de cualquier Estado, y la obligación de no intervenir en los asuntos que son de la jurisdicción interna de los Estados, lo que implica que cualquier forma de injerencia o de amenaza a los elementos políticos, económicos y culturales de un Estado constituye una violación del Derecho Internacional”.

Esperemos entonces que la justicia continúe abriéndose paso en la historia cubana, y que vengan, para bien de los dos países, los nuevos cambios.

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