Raúl Castro
La noticia paralizó a toda Cuba.
Quizás haya sido el día, me atrevo a asegurar, que más se debatiera en la Isla sobre una decisión de
carácter político.
El restablecimiento de las
relaciones diplomáticas entre esta nación y Estados Unidos, acaparó la atención
de la generalidad de los cubanos, solo desplazada por la alegría contagiosa que
supuso el fuerte impacto de que Gerardo, Antonio y Ramón se encontraran en el
suelo patrio. También de buena parte de la opinión internacional que convirtió
el acontecimiento en titular de las publicaciones más influyentes del mundo.
Aún con las “profundas diferencias,
fundamentalmente en materia de soberanía nacional, democracia, derechos humanos
y política exterior”, como señalara el presidente Raúl Castro Ruz en las
declaraciones emitidas el pasado 17 de diciembre – por primera vez luego de
rotos los nexos diplomáticos bilaterales en 1961 – ambos gobiernos llegaban a
un acuerdo, abriendo las puertas para el posible diálogo sobre otros temas.
Barack Obama reconoció de forma
pública la fallida estrategia de aislar a Cuba y propuso el cambio de política
hacia el estado caribeño, posición que da al traste con el enfoque obsoleto que
hasta entonces desarrollaron las administraciones norteamericanas. Sabia,
valiente y oportuna elección.
Quedó manifiesta además, la
disposición expresada por el mandatario de introducir en el Congreso debates
serios sobre la posibilidad de levantar el bloqueo económico, comercial y
financiero que desde hace 55 años ocasiona innumerables pérdidas a la economía
nacional y mella nuestro desarrollo social.
Desde hace algunos meses se
avizoraba el cambio. No en balde el prestigioso diario estadounidense The New
York Times inició desde el pasado octubre una campaña abierta a favor de
transformaciones de política hacia la Isla. A ello se suma el creciente respaldo de los
residentes de origen cubano en ese país suscitado en los últimos años, quienes
reclaman un acercamiento entre Washington y La Habana.
Según encuestas realizadas por la Universidad Internacional
de la Florida
durante la década del 90, el 84 por ciento (%) de los emigrados apoyaba el
bloqueo, cifras que se redujeron a partir de 2000 cuando el promedio de
respaldo disminuyó al 56%.
Las tendencias se dividen en dos.
Por un lado aparecen los exiliados que dejaron el archipiélago en los primeros
años de la Revolución
y que en su mayoría apoyan el mantenimiento de las genocidas medidas. Por otra
parte se encuentran los jóvenes nacidos en Estados Unidos o los que llegaron en
las últimas décadas, quienes se pronuncian a favor de la apertura comercial y
la normalización de las relaciones entre las naciones.
Sin dudas el levantamiento del
bloqueo constituiría, como lo calificara el ministro angoleño de Relaciones
Exteriores Georges Chikoty, el paso que permitirá un espacio en el diálogo, no
solo con Cuba, sino con otros países que apoyaron a la Isla en esta cuestión.
Muchos serían los beneficios que
aportaría al desarrollo nacional. El acceso a tecnología de punta tanto en
empresas estadounidenses como en otros países, la posibilidad de comprar
alimentos y medicinas en mercados cercanos e introducir productos cubanos en
ellos y el fomento de la inversión extranjera, serían algunas de las garantías
restablecidas a nuestro pueblo.
Otras interrogantes afloran con las
recientes noticias. ¿Se despojará el gobierno norteamericano del trasfondo que
hasta ahora ha acompañado sus intenciones respecto a Cuba? ¿Regresará la
política del “buen vecino”?
Ya lo aclaraba Raúl Castro cuando
explicaba: “…solo es posible avanzar a partir del respeto mutuo, que implica la
observancia de los principios del Derecho Internacional y de la Carta de las Naciones
Unidas, entre ellos, la igualdad soberana de los Estados, la igualdad de
derechos y la libre determinación de los pueblos, el arreglo de las
controversias internacionales por medios pacíficos, abstenerse de recurrir a la
amenaza o al uso de la fuerza contra la integridad territorial o la
independencia de cualquier Estado, y la obligación de no intervenir en los
asuntos que son de la jurisdicción interna de los Estados, lo que implica que
cualquier forma de injerencia o de amenaza a los elementos políticos,
económicos y culturales de un Estado constituye una violación del Derecho
Internacional”.
Esperemos entonces que la justicia
continúe abriéndose paso en la historia cubana, y que vengan, para bien de los
dos países, los nuevos cambios.
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