Lleno de
grasa y con cualquier suerte de instrumento en sus manos se aproxima. El casco
hace lucir más imponente al obrero que se acerca con dos o tres hombres pisando
sus talones. Son algunos integrantes de la brigada de mantenimiento que le
siguen los pasos, apurados y prestos a resolver cualquier dificultad que se
interponga en el camino.
Guillermo
Medina Rodríguez no entiende de horarios, por eso resulta cotidiano verlo
desandando los pasillos del central Jesús Rabí a cualquier hora del día o de la
madrugada. De aquí para allá, no escapa ningún área del ingenio de su radio de
acción.
Desde hace
34 años comenzó su periplo entre las grandes maquinarias que conforman la
imponente industria. Entonces su padre trabajaba en las calderas del central y
él que conocía bien de cerca la labor del coloso azucarero, decidió iniciarse
en la travesía como ayudante aparejador.
Después se
calificó como pailero y fue en ese instante cuando descubrió su verdadera
vocación. Confeccionar piezas metálicas para sustituir las que necesitan
reposición es un oficio difícil, más aun si de ello depende el funcionamiento
de un engranaje tan grande y complejo como es el Jesús Rabí.
Ingenio,
creatividad y una buena dosis de eso que nosotros los cubanos conocemos como
“mucha chispa”, van intrínsecas en la personalidad de Guillermo. “Si hay una
avería en el área de la casa de calderas la resuelve aunque no exista la pieza,
lo mismo sucede en la de molinos y basculadores”, confirman sus compañeros de
faena.
“A veces no
tenemos la pieza para arreglar algún desperfecto, pero innovamos y tratamos de
que todo salga bien para que el central no se paralice, pues la producción de
azúcar es lo más importante”, explica.
No hay nada
que caiga en sus manos que el no repare. Con frecuencia hasta en otras áreas
ajenas a su labor aporta su savia. Así sucedió cuando recientemente se
dificultó el arranque del ingenio. De mucho también sirvió su desempeño en el
ajuste de los salideros de agua y vapor.
“Hasta tres
y cuatro veces por la noches en la semana tengo que trabajar, porque cuando el
central echa a andar, pueden sucederse las roturas y hay que estar siempre
ahí”, comenta.
No en balde
este azucarero se ha ganado la confianza y el respeto de todos los que le
rodean. Al pie del cañón, su ingeniosidad y talento han hecho que sea una de
esas almas ocultas que tiene el Jesús Rabí.
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