viernes, 15 de mayo de 2015

Zafra azucarera: Ingenio sin límites, ni horas



Lleno de grasa y con cualquier suerte de instrumento en sus manos se aproxima. El casco hace lucir más imponente al obrero que se acerca con dos o tres hombres pisando sus talones. Son algunos integrantes de la brigada de mantenimiento que le siguen los pasos, apurados y prestos a resolver cualquier dificultad que se interponga en el camino. 

Guillermo Medina Rodríguez no entiende de horarios, por eso resulta cotidiano verlo desandando los pasillos del central Jesús Rabí a cualquier hora del día o de la madrugada. De aquí para allá, no escapa ningún área del ingenio de su radio de acción.
Desde hace 34 años comenzó su periplo entre las grandes maquinarias que conforman la imponente industria. Entonces su padre trabajaba en las calderas del central y él que conocía bien de cerca la labor del coloso azucarero, decidió iniciarse en la travesía como ayudante aparejador.
Después se calificó como pailero y fue en ese instante cuando descubrió su verdadera vocación. Confeccionar piezas metálicas para sustituir las que necesitan reposición es un oficio difícil, más aun si de ello depende el funcionamiento de un engranaje tan grande y complejo como es el Jesús Rabí.
Ingenio, creatividad y una buena dosis de eso que nosotros los cubanos conocemos como “mucha chispa”, van intrínsecas en la personalidad de Guillermo. “Si hay una avería en el área de la casa de calderas la resuelve aunque no exista la pieza, lo mismo sucede en la de molinos y basculadores”, confirman sus compañeros de faena.
“A veces no tenemos la pieza para arreglar algún desperfecto, pero innovamos y tratamos de que todo salga bien para que el central no se paralice, pues la producción de azúcar es lo más importante”, explica.
No hay nada que caiga en sus manos que el no repare. Con frecuencia hasta en otras áreas ajenas a su labor aporta su savia. Así sucedió cuando recientemente se dificultó el arranque del ingenio. De mucho también sirvió su desempeño en el ajuste de los salideros de agua y vapor.  
“Hasta tres y cuatro veces por la noches en la semana tengo que trabajar, porque cuando el central echa a andar, pueden sucederse las roturas y hay que estar siempre ahí”, comenta.
No en balde este azucarero se ha ganado la confianza y el respeto de todos los que le rodean. Al pie del cañón, su ingeniosidad y talento han hecho que sea una de esas almas ocultas que tiene el Jesús Rabí.

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