Papá Felipe tiene muchos hijos.
Unos son pequeños aun, otros ya se han graduado en la universidad y le han dado
nietos. Se siente orgulloso y cuenta con ternura cómo los ha visto crecer: las
veces en que veló junto a ellos para bajarles la fiebre, la primera vez que
traen los novios a casa para que él les dé el “visto bueno”.
Hay quienes se preguntan qué
magia tiene Felipe para adivinar por qué uno de los niños no está sonriendo.
Entonces, se acerca, lo abraza y le recuerda que con voluntad es posible
solucionar los problemas y que no quiere ver a nadie triste en el Hogar.
Todos han montado en su motor:
para llegar temprano a la escuela, en caso de urgencia, o ajustar los detalles finales de una fiesta
sorpresa. Desde hace 24 años, la existencia de Felipe Santiago Hernández
Sánchez se transformó para convertirse en el papá de muchas generaciones que
han encontrado abrigo en el Hogar de Niños sin Amparo Familiar de Matanzas.
UN HOGAR PARA TODOS, TODOS POR
UN HOGAR
“Mi familia y yo llegamos en
1991. Ejercía el cargo de director en un
internado de educación especial y se presentó la necesidad de trasladarme aquí;
nos mudamos a una vivienda al lado de la casa, desde ese momento me consagré en
tiempo, alma y voluntad a esta tarea”, comenta Felipe.
Como parte de las garantías
estatales para proteger la infancia, esta institución atiende a niños que por
razones diversas, entre ellas enfermedad, incumplimiento de la ley…, hayan
quedado sin el amparo familiar de sus progenitores. En la actualidad acoge a tres hembras y siete
varones.
“Nos caracteriza un orden interno, al igual
que a todos los hogares comunes donde las familias establecen horarios
Colegiamos los procesos con el grupo y tratamos de flexibilizarlos lo más que
podamos, porque hay días en los que no se realizan las mismas actividades, por
ejemplo de lunes a viernes se acuestan a las 10 de la noche, porque sobre las 6
de la mañana hay que levantarse y los
fines de semana les damos la oportunidad de ir a dormir más tarde, en ello
también influye la edad”.
La institución no está cerrada a
las relaciones con la comunidad, por el contrario, las puertas se abren para que
vecinos y amigos vengan a jugar, hacer las tareas, intercambiar información”,
añade Hernández Sánchez.
Emocionado cuenta las ocasiones
en que ha asistido a la boda o graduación de sus hijos adoptivos, “abogados,
informáticos, internacionalistas; al contemplar el camino que han seguido estos
jóvenes uno se llena de energías para educarlos y cuidarlos”.
FELICIDAD COMPARTIDA
Una mezcla de alegría y nostalgia asoma en su
carita cuando habla. Ana de las Mercedes Silveira Perdomo arribó, hace poco, a
esa edad con la que todas las niñas sueñan: los 15 años y como en el Hogar le
hicieron una gran fiesta casi sorpresa, se emociona al recordarla.
“Tenía un poco de miedo porque no es como en
la casa que desde que naces la familia está ahorrando para los 15. Me regalaron la laptop que tanto quería, pero
soñaba con una fiesta, algo sencillo, y las fotos que añora cualquier
muchacha”.
“Una mañana dijeron no vas a la escuela, me
llevaron a arreglarme las cejas y las uñas, luego en el Hotel Iberostar fueron
las fotos. El día de la celebración tuve hasta prueba pero Felipe me recogió
más temprano, vinieron las maquillistas y pintaron a todos los niños y niñas
del Hogar. A mí me buscaron un vestido morado, mi color preferido, y fui en
carro hasta La
Sirenita. Aquello se llenó de gente”.
A su lado María Elena Naranjo Echeverría,
quien junto a sus dos hermanos forman parte de la familia cuenta sobre la convivencia:
“Somos muy unidos, compartimos las cosas y nos llevamos bien, a veces tenemos
alguna discusión, pero al final nos arreglamos”.
Tampoco falta aquí la necesaria camaradería:
ayudar a los pequeños en las tareas escolares, a las tías en las labores más
sencillas como escoger el arroz, limpiar la casa, alivian la rutina diaria y
los forman para el futuro. “Hasta somos mecánicos del televisor”, confiesan
entre risas Jesús Miguel Naranjo Echeverría y Adrián Michel Diago Martínez,
mirando al equipo que a veces amenaza con dejarlos sin ver algún programa.
“Los fines de semanas vamos, en compañía de
las tías, a la playa, al Coopelia, al Tenis, a veces al teatro y a otros
lugares que nos invitan”, explica Erick Chrostek González, de 11 años.
ARTESANOS DE AMOR
Ignacio Betancourt Claro cumplió 24 años. Él
también corrió por estos pasillos y estudió aquí sus primeras lecciones, hasta
que en el 2012 le entregaron una casa. Sin embargo, regresó a sus raíces para
ayudar a los que como él necesitan apoyo. “Durante 14 años recibí buen trato,
educación, alimentación, gracias a la motivación de Felipe volví para continuar
lo que antes hicieron por mí”.
Asistir a las reuniones de padres, llevar a
los niños a los turnos médicos y a la escuela, garantizar su recreación y sano
esparcimiento, así como satisfacer todas sus necesidades desde el punto de
vista educativo, afectivo y material, constituye más que una prioridad,
satisfacción para los trabajadores.
Además del calor humano, el Hogar
dispone del abastecimiento estable. A ello se añade desde hace algún tiempo la
entrega anual de un cheque con un valor de 150 CUC a cada miembro, con el cual
puede comprar los productos que deseen en una tienda estatal.
Marierky Jiménez Fundora, quien se desempeña
como cocinera manifiesta: “Se garantiza el desayuno, la merienda escolar, la
nocturna y la de por la tarde los fines de semana, el almuerzo y la comida.
Siempre seguimos una dieta balanceada donde se alternan los platos fuertes”.
Mientras que Sonia Rodríguez Oduardo asegura: “Las asistentes trabajamos 24 por
72 horas, mis hijos aquí son ellos, los preparamos para que vayan al colegio,
es una faena sacrificada y bonita”.
Respeto, cariño, preocupación y disciplina se
respira en la pequeña casa. Allí resuenan las voces de una infancia plena y
feliz que construye, superando diferencias y costumbres su propio hogar; una
familia grande y diversa cuyo denominador común tiene un nombre: amor.
Por Lianet Fundora Armas y Jessica Acevedo Alfonso
Fotos: Jessica Acevedo
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