Tengo
lista una cinta amarilla, y creo que no esperaré hasta el día doce para
colgarla en la puerta de mi casa, estoy ansiosa, lo confieso, por caminar entre
los millones de lazos que adornarán las calles y sentir la calidez, mezcla de
cariño y respeto, profesada por todo un pueblo a cinco cubanos antiterroristas
que se han ganado su admiración y simpatía.
Por
suerte formo parte de una generación reciente, esa que vive bajo el influjo de
las nuevas tecnologías y del bombardeo mediático, la misma que le tocó vivir y
padecer las arbitrariedades y vejámenes embestidos por los gobiernos
norteamericanos contra René, Gerardo, Fernando, Antonio y Ramón. La misma
generación que hoy rechaza el injusto proceder de un sistema en
decadencia.
Desde
mis primeros años de vida conocí sobre la lucha pacifista de los Cinco en el
seno de las organizaciones terroristas para proteger a la isla de Cuba, sentenciada
durante varios siglos por la política hegemónica y hostil de las
administraciones de turno.
Sufrí
en carne propia sus detenciones, las campañas mediáticas de desinformación que
sobre ellos se tejían y la oscuridad de condenas dictadas por un sistema
judicial empobrecido, financiado por los más hegemónicos círculos de poder
norteamericanos.
Pero
también viví la indignación de millones de cubanos, revertida en lucha, en
logros, resistencia y solidaridad, amparados por la confianza de que “en cada
uno de ellos va la dignidad humana”.
Más
recientemente, compartí el regocijo de ver arribar a Cuba a René tras sufrir
meses de encarcelamiento, y quien desde su llegada se ha convertido en el
principal impulsor de la lucha para liberar a sus hermanos en el país.
Por eso ya tengo lista mi cinta amarilla y no
pienso dejar escapar la oportunidad de sumarme al reclamo unido y exigir el
regreso desde el respeto y el cariño de cinco hermanos.
Ya estoy armada para la batalla, la que
continúa ahora desde la rebeldía pacífica, pero decisiva, “desde un terremoto
hermoso”, como lo catalogara el propio René, que trascenderá las barreras establecidas
por los idiomas y diferencias sociales, llevando hasta cada rincón del mundo un
mensaje de solidaridad, amor y decoro, que se atará a todas las puertas con una
cinta amarilla, como símbolo de esperanza y confianza en el retorno.
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