viernes, 6 de septiembre de 2013

Una cinta amarilla en mi puerta



Tengo lista una cinta amarilla, y creo que no esperaré hasta el día doce para colgarla en la puerta de mi casa, estoy ansiosa, lo confieso, por caminar entre los millones de lazos que adornarán las calles y sentir la calidez, mezcla de cariño y respeto, profesada por todo un pueblo a cinco cubanos antiterroristas que se han ganado su admiración y simpatía.
Por suerte formo parte de una generación reciente, esa que vive bajo el influjo de las nuevas tecnologías y del bombardeo mediático, la misma que le tocó vivir y padecer las arbitrariedades y vejámenes embestidos por los gobiernos norteamericanos contra René, Gerardo, Fernando, Antonio y Ramón. La misma generación que hoy rechaza el injusto proceder de un sistema en decadencia. 
Desde mis primeros años de vida conocí sobre la lucha pacifista de los Cinco en el seno de las organizaciones terroristas para proteger a la isla de Cuba, sentenciada durante varios siglos por la política hegemónica y hostil de las administraciones de turno.
Sufrí en carne propia sus detenciones, las campañas mediáticas de desinformación que sobre ellos se tejían y la oscuridad de condenas dictadas por un sistema judicial empobrecido, financiado por los más hegemónicos círculos de poder norteamericanos.
Pero también viví la indignación de millones de cubanos, revertida en lucha, en logros, resistencia y solidaridad, amparados por la confianza de que “en cada uno de ellos va la dignidad humana”.
Más recientemente, compartí el regocijo de ver arribar a Cuba a René tras sufrir meses de encarcelamiento, y quien desde su llegada se ha convertido en el principal impulsor de la lucha para liberar a sus hermanos en el país.   
Por eso ya tengo lista mi cinta amarilla y no pienso dejar escapar la oportunidad de sumarme al reclamo unido y exigir el regreso desde el respeto y el cariño de cinco hermanos.
Ya estoy armada para la batalla, la que continúa ahora desde la rebeldía pacífica, pero decisiva, “desde un terremoto hermoso”, como lo catalogara el propio René, que trascenderá las barreras establecidas por los idiomas y diferencias sociales, llevando hasta cada rincón del mundo un mensaje de solidaridad, amor y decoro, que se atará a todas las puertas con una cinta amarilla, como símbolo de esperanza y confianza en el retorno.  

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