De pequeña fui una niña curiosa, preguntona,
intranquila, de las que no pueden vivir sin saber el por qué de las cosas, de
las que realizan el escrutinio diario a las frases de la maestra, de las que
indagan cuando no entienden…
En más de una ocasión fui reprendida por
alguna pregunta indiscreta. Según me cuentan mis padres mi edad del por qué se
extendió mucho más allá de lo normal. Por suerte con los años va llegando la
cordura, a algunas personas no a todas, y mis indagaciones fueron haciéndose
más moderadas y ajustadas a los contextos en los que me desarrollaba. Después
supe de una profesión en la que podía ganarme la vida preguntando y ¡bingo!
comprendí que quería ser periodista.
Así hice mis primeras incursiones en el
periodismo, muy incipientes en aquel entonces. Noticieros y periódicos
comenzaron a formar parte de mi vida cotidiana. Empecé a seguir los que para mi
fueron mis inaugurales ídolos de la prensa. Con Nelson Barrera y Gladys Rubio, aprendí a conocer la profesión, e incluso me
aventuré a redactar pequeñas notas.
En aquel momento no sabía que era
objetividad, veracidad o inmediatez. Desconocía las normas mínimas de redacción
y tampoco percibía con cuanta profundidad había que investigar los temas para
llevar la exactitud al pueblo. No estaba al corriente de los aspectos técnicos,
y aun con algunas limitaciones, reconocía la verdad de mi Cuba en cada espacio
informativo, me identificaba con cada historia contada por nuestra prensa.
Quizás por ello, quise tiempo después ser
periodista, aventurarme al mundo de los curiosos por oficio, ese que te incita
a comprometerte con la situación de tu tierra, identificarte con lo que les
duele, explicar lo que les interesa, en pocas palabras escribir para ellos.
Así me inmiscuí en la travesía y aquí estoy,
desde mi perspectiva de joven cubana, que aun no lo sabe todo, dando mis primitivos
pasos en la difícil profesión. Tropezando, enfrentándome a fuentes complejas
que monopolizan la información, tratando de llevar la inmediatez, ayudando a
forjar desde la crítica constructiva una sociedad mejor, sin otra remuneración
que la satisfacción del deber cumplido.
Tal vez por ello me duela tanto cuando
enemigos del buen juicio y del consagrado oficio, pululan por ahí, tergiversando
verdades, capaces de inventar las más viles mentiras para justificar su salario.
Lastima presenciar cuadros absurdos lacerantes
de la dignidad humana. “Periodistas independientes” y damas de blanco (con
pespuntes verdes), reclutados entre lo más insano de la sociedad cubana, desconocedores
de los principios, la ética o la objetividad periodística.
No en balde el gobierno de Estados Unidos
destina anualmente millones de dólares para el financiamiento de estos
grupúsculos, cuyo único objetivo consiste en desacreditar las conquistas de la Revolución Cubana
y a sus líderes, esgrimiendo argumentos retrógrados con olor a dinero.
Nombres como Yoanis Sánchez y Martha Beatriz
Roque han engrosado la selecta lista de voceras cubanas defensoras de la
libertad de expresión, pero olvidan algo, la incoherencia de su estrategia
discursiva y la reiterada oleada de mentiras fabricadas sobre la base de falsas
palizas y agresiones mal contadas o de violaciones a los derechos humanos, ya
no resulta atractiva, ni creíble para nadie, menos aun para la juventud y el
pueblo cubano.
Quizás quienes por beneficio mancillan la honrosa
misión de informar, no comprenden que más allá de carencias económicas, la
dignidad no tiene precio. Por ello mis esperanzas no decaen. Conozco a jóvenes
profesionales, nacidos y forjados al calor del crudo período especial, cuya
prosa se levanta y conmueve. Jóvenes que estudiaron el pasado, viven el
presente y construyen el futuro que anhelan.
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