Esta conversación la han tenido varias veces.
Yoelito no quiere seguir estudiando cuando culmine la secundaria. Dice que su
futuro lo “lucha” él, no desea verse reflejado en el espejo de sus padres, que
han sacrificado su vida y ¿qué tienen? Problemas eso sí, y un salario que si no
es de los más bajos, tampoco les alcanza para mucho.
Sus progenitores son maestros y se sienten
orgullosos de ello por el significado de su tarea para la sociedad. Aspiran a
que su hijo se supere, si no quiere ir al pre o a la universidad, no importa,
puede optar por un técnico medio, o trabajar honradamente. Pero los sueños del
adolescente vuelan hacia otro destino. A él le apetece ser como Alain, quien
nunca se ha “quemado tanto las pestañas” y vive del “invento.
Sus padres no se explican el comportamiento.
Desde pequeño le inculcaron el amor al trabajo, el orgullo de vivir de lo que
con sus manos crea, la honradez y la decencia, valores que ennoblecen y forjan a
los hombres. Es difícil ver como el niño, pudo haber cambiado tanto. La
“juntera con gente antisocial y sin oficio”, asegura el progenitor. Esa misma
que tiene un pie aquí y otro en la cárcel, porque “quien vive de la
ilegalidad”, lo hace con susto, le dice el padre.
El adolescente no quiere seguir otros
ejemplos, a pesar de que conoce a miles de jóvenes que optaron por una
profesión honrada, sin lujos ni acceso a lugares caros, pero que contribuyen
con su esfuerzo diario al progreso de la sociedad, estimulados, más allá de la
remuneración económica, por la satisfacción del deber cumplido y el amor a su
tarea.
Las secuelas provocadas por el Período Especial calaron en los valores establecidos por la sociedad. La honestidad y
la laboriosidad fueron relegadas por muchos, proliferó el individualismo, se
deprimió la escala salarial, y las ilegalidades, hasta ese momento tan
reprochables, pasaron a ser más toleradas.
Quizás por ello parezcan normales frases como
“si no haces negocios, te mueres de hambre” o “lucha tu yuca”, todas como una
justificación a la infracción y al hurto. Si bien es cierto que la retribución
salarial resulta necesaria y que en muchos casos, no es suficiente para satisfacer
nuestras carestías, estas conductas que alientan el desvío de recursos de la
economía del país, ocasionan afectaciones al pueblo en general. Tal es el caso
de los revendedores y acaparadores, quienes se benefician de productos
confeccionados en el mercado estatal para luego ofertarlos a precios
superiores.
Hoy no existen motivos para ganarse el
sustento delinquiendo, el gobierno cubano ha propiciado una apertura para
emprender de forma legal negocios que viabilicen los servicios, contribuyan a
reanimar la economía del país y cuyos aportes se revierten en garantías
sociales para la población. Mantener un alto status financiero no lo es todo, generalmente
dentro de nuestro sistema social somos juzgados por otros valores y
comportamientos que hablan de nuestra personalidad, dignidad, sentido de
pertenencia y responsabilidad ante la vida.
Y las personas que viven al libre albedrío y
del ocio, violando normas esenciales de civilidad, ¿saben que pueden ser llevados ante un
tribunal? Vivir del trabajo ajeno también es una conducta antisocial, por ello
pueden ser procesados por Estado peligroso. Ya están advertidos, cuando alguien
les diga que luchar su yuca es una buena opción, traten de transformarla en
casabe, y de seguro tendrá un mejor sabor.
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