En La Marina, barrio de la ciudad de Matanzas esta
mañana amaneció diferente, el ajetreo cotidiano que envuelve a sus habitantes
quedó opacado por el ir y venir de quienes armaban la tarima, los ensayos
matutinos y la expectativa de ver cantar a un grande de la música cubana:
Silvio Rodríguez.
Como estaba pronosticado el concierto comenzó
sobre las seis de la tarde. Desde ese momento ráfagas de poesía se esparcieron.
Una dosis de amor, en su justa medida, ofreció el cantautor a los yumurinos que
acudieron hasta la periferia para escuchar sus canciones.
Esta vez el rencuentro con los emblemáticos
Muñequitos de Matanzas supo a rumba. En el mismo corazón de la legendaria
Marina, frente al Bar del Gallo, donde en 1952 nació la agrupación, revivieron
sus raíces, como digno homenaje a la fuerte tradición africana arraigada en sus
habitantes.
Cerca de las márgenes del río Yumurí, el
autor del Unicornio Azul y Ojalá, compartió el escenario además con el joven
trovador matancero Rey Montalvo y el dúo Lien y Rey.
Desde Versalles, Pueblo Nuevo, el Naranjal,
las alturas de Simpson o desde el mismo corazón de La Marina acudieron varias
generaciones de matanceros, que crecieron, se enamoraron o lloraron sus penas
bajo la influencia del repertorio de Silvio. En una extraña mezcla de trova y
rumba danzaron fundidas por la exclusividad del momento.
La
Oficina Ojalá,
con la colaboración de la
Editorial Pablo de la Torriente Brau y el Instituto
Cubano del Libro entregó una donación de libros a la escuela primaria República
de Costa Rica.
Hasta los barrios menos beneficiados social y
culturalmente, llegó la música de Silvio, como parte de su proyecto de giras
por esos sitios. Con este concierto culmina su estancia en La Atenas de Cuba, luego de
haberse presentado en la tarde de ayer en el barrio de Indaya.
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