Ayer Chicho estrenó su cocodrilo. Apenas
terminó el juego salió caldero en mano a la calle para anunciar que ya el
equipo de Matanzas estaba en la final, como si alguien en el barrio a esa
altura no lo supiera.
“Tremendo nocao, exprimimos a las Naranjas y
ahora si vamos por más y si hay que domar a los leones lo hacemos y si hay que
fumarse un tabaco también”, dice mi vecino entusiasmado, que ya prepara su
saurio de peluche para colgarlo en su viejo almendrón.
“Mañana para montarse en Lola (así le dice al
auto) hay que darle a Matanzas”… vocifera mirando a María que es
Industrialista, y rápidamente le responde trompeta en mano que esta serie es
azul. Enseguida se oye el barrullo general que en indescifrable jerga concluye
con la esperanza de este año convertirnos en los campeones nacionales.
Esta mañana mi escandaloso vecino despertó
temprano, su matraca se hizo sonar a las siete en punto,
a la legua se nota que disfruta cada momento de la Serie Nacional de Béisbol, “es la mejor época
del año, revive a la ciudad, hermana a la gente y se respira alegría”, me
comenta mientras me acerca al trabajo.
Por el camino me hace notar satisfecho que
tiene razón: la urbe resplandece, el rojo se te cuela por los ojos. Pulóveres,
banderas, carteles en los balcones, cocodrilos en los autos, trompetas que
anuncian la clasificación a la final y rompen la monotonía cotidiana de la
ciudad que a veces parece dormida.
Hoy todo el mundo está de fiesta, desde los
niños hasta los más ancianos, desde los más apasionados hasta los más apáticos
que niegan su simpatía por algunos de los equipos pero que en el fondo se
regocijan con el triunfo de los locales.
Atrás quedaron aquellos momentos en que la
pasión beisbolera en La Atenas de Cuba
se limitaba a la efervescencia que provocaba el triunfo de otros equipos
a los que nos afiliábamos los matanceros para no dejar morir la fiebre que
provoca la pelota en Cuba.
Luego de casi dos décadas de disfrutar
glorias ajenas, ahora los Cocodrilos brillan con luz propia y volvemos los de
esta tierra a defender a nuestro equipo, a ponernos nerviosos ante una
situación tensa, a acongojarnos por las derrotas y saltar y tocar calderos con
los éxitos.
“De nuevo llenaremos el Victoria”, me apunta
mi entusiasta amigo, mientras suena la corneta a otro fanático que en su pecho
lleva la inicial de Matanzas.
Asimismo, le respondo, siempre con el
compromiso de brindar un excelente espectáculo, que haga a los Cocodrilos
disfrutar el placer de jugar en su pantano. Con alegría y disciplina, con
respeto por los deportista que salen a darlo todo al terreno, le digo mientras
me bajo del auto.
Felicidades a los cocodrilos, desde Antigua y Barbuda , constructores matanceros los apoyan.
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