“Buenas tardes” le digo y por un instante
solo el silencio responde, ni una muestra me indica que me escuchó, parece como
si quisiera conservar su apariencia de piedra. Frío, inmóvil, permanece ajeno a
las curiosas miradas y al irresistible calor que casi le arranca las gotas de
sudor. Mas sus ojos lo delatan descubriendo al ser humano que se esconde tras
la pintura metálica.
“Soy periodista” le digo, al mismo tiempo que
me hace una seña y un niño a pocos metros tira de la mano de su madre para
indicarle que la estatua se mueve. Y como si quisiera que nadie más descubriera
su condición de humano, me enseña someramente con quien puedo obtener la
información que preciso.
Rompiendo la monotonía cotidiana con sus
malabares y sugerentes atuendos que dispersan a rato la quietud de sus rostros,
las estatuas vivientes o humanas como muchos se empeñan en llamar al grupo
Gigantería, se adueñaron por unas horas de la céntrica calle Medio.
Invitados por el grupo de teatro El Mirón
Cubano, los artífices arrastraron su maestría hasta la Ciudad de los Puentes, como
parte de un circuito largo que organiza la institución matancera y que legitima
y visibiliza esta manifestación más allá de los espacios dedicados a las
Jornadas de Teatro Callejero.
Con el Centro Histórico de La Habana como primera casa,
durante 14 años las atractivas estatuas han realizado más de 3 mil exhibiciones públicas. “Los personajes tienen su propio proceso, ha sido una experiencia
diversa, cada cual se viste como puede y se lo permite su imaginación,
inteligencia o recursos. La ciudad tiene su ritmo y en esencia proponemos un
cambio en su dinámica”, explica Roberto Salas, director del conjunto.
Desde el excéntrico Caballero de París hasta
el Hombre de Hojalata estrecharon las manos de los yumurinos, quienes
agradecieron el espectáculo vespertino que trastocó durante unos instantes la
cotidianidad de la urbe.
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