miércoles, 19 de marzo de 2014

Foráneos vs locales: ¿para quién es el nocao?



Tengo una amiga que es fanática a las novelas mexicanas, venezolanas, brasileñas, colombianas. A ella no le importa la nacionalidad, coquetea con la más popular, o en todo caso con la que le permita llorar, enamorarse del protagonista o admirar las principales tendencias de la moda.
Se pasa largas horas frente a la computadora, extasiada, contemplando al galán de turno, la opulencia de los ricos y la desdicha de los pobres. Descubre tan a gusto el destino del desafortunado en los últimos capítulos, que no puedo más que contemplar su ingenuidad con paciencia para no desmoronar su mundo alternativo: bastante irreal, por cierto.

Espera cada martes el famoso paquete o cargue, como le llaman algunos, que camuflado en memorias, discos extraíbles y cuanto formato tecnológico para piratear y transportar información surja, aparece todas las semanas en su puerta. Es su nueva droga, que como mismo ella dice no le acaba con el hígado, ni le debilita los pulmones, simplemente la deja soñar y la transporta hacia otros lugares que desconoce. Un pasaporte directo hacia la frivolidad.
Cada vez ganan más adeptos dentro de las jóvenes generaciones e incluso en las ya no tan mozas las producciones comunicativas foráneas. Series, novelas, shows, concursos de belleza o de talentos se roban la atención de buena parte de la población, atraída por las propuestas, ricas en efectos, drama y sentimentalismo burdo, aunque no barato, carentes de valores y contenidos.
Por supuesto que se perfilan como más atrayentes, pues ante la pobre resistencia que ofrece la televisión cubana,  con un camino trillado ya en repeticiones, propuestas desmotivadoras, estrenos de diez años atrás, no resulta difícil elegir sobre con quien nos vamos. Amén de la existencia de espacios atractivos y exponentes magníficos de nuestra cultura que debieran reproducirse con mayor frecuencia, de forma educativa, pero amena.
Si a ello añadimos el descolorido culebrón Playa Leonora, en pantalla, que peca de falta de creatividad y solidez del argumento, un guion no muy seductor y cortes bruscos, es fácil darse cuenta de lo fascinante que puede resultar una historia mejor construida. Recordemos que en Cuba nació la novela, por favor no dejemos que perezca aquí.
Lamentablemente no todo lo que brilla es bueno. Gran parte de estas ofertas, porque sería injusto absolutizar (pues algunas descuellan por su originalidad y tratamiento de los temas), forman parte de una maquinaria cultural que se esfuerza por expandirse y consolidar su mercado consumista en otros pueblos, cuya idiosincrasia y costumbres nada tienen que ver con los productos que intentan legitimar allí.
¿Qué aportan estas propuestas? De todo. Desde la amistad fingida de la compañera que te roba el novio, hasta la incredulidad de la protagonista que se da cuenta en el penúltimo capítulo, unida a otros elementos presentes en la mayoría que sazonan la trama: violencia, sexo, misterio, desamor, abundancia, ganchos que venden. 
Contrario a lo que muchos creen, no asumo que los cubanos no disfrutemos lo que se hace en casa, cuando se narra una buena historia, con un buen guion, actores que te ericen la piel y te saquen de la mediocridad cotidiana, el impacto es otro. ¿Qué decir de Conducta, esa grande del cine, que nos dejó sin palabras o más bien con mucho que decir porque todavía se habla del filme. Muestra de que lo valioso resplandece y perdura en el imaginario popular.
Hoy quedan muchos retos para la programación cubana, agotar la creatividad y escuchar propuestas frescas, atrevidas, exponentes de nuestros más genuinos valores y ajustadas a las exigencias de un público sediento son las inmediatas, en materia de revertir el marcador que ya dio nocao a los locales.

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