De pequeña
e incluso de grande siempre les tuve un poco de temor. Sólo el olor desprendido
por las salas donde trabajan me proporcionaba tal pánico que pocas veces
lograba entrar sin lágrimas en los ojos a la consulta.
Con las
manos heladas me acercaba despacio al salón, refugiada en las sayas de mi madre, que la mayoría de las veces temblaba más que yo. El acto de sacar las
pinzas y preparar los instrumentos médicos constituía una verdadera guerra
sicológica para mí.
Poco a poco fui superando el miedo, quizás por la periodicidad con que asistía a la
clínica o por el amor con que aquellas manos fueron aliviando el dolor
provocado por la pérdida de mis primeros incisivos.
Con el
tiempo, comprendí que los estomatólogos no eran lobos con batas, sino firmes
profesionales de la salud que velan por conservar la estética de las personas y
previenen en muchos casos desde la atención primaria, enfermedades bucales,
evitando los molestos dolores de muelas.
Entonces
empecé a sentir admiración por ellos, por su misión dentro de la sociedad, por
el empeño con que aconsejan, curan, previenen dolencias y rehabilitan a las
personas.
Son hombres
y mujeres nobles, responsables de sonrisas sanas y rostros felices, que hoy
celebran en toda Cuba, el Día de la Odontología Latinoamericana, fecha estipulada en 1917, cuando clínicos de
la región se reunieron en el Primer Congreso Latinoamericano de Odontología en
Santiago de Chile, donde decidieron crear una federación que promoviera las
acciones encaminadas a proteger la salud bucal de los pueblos.
Hoy, a
pesar del alto costo de los recursos en el sector de la salud, los
estomatólogos cubanos enfrentan la difícil tarea de atender a la población
brindando un servicio de calidad de forma gratuita, esfuerzo que se revierte en
agradecidas sonrisas para estas tiernas manos.
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